11 de febrero en Salamanca
Silencio y recogimiento. Serenidad, firmeza, fidelidad y lealtad en el rostro de las entre doscientas cincuenta y trescientas personas que se concentraron anteayer bajo la lluvia en la Plaza de la Constitución de Salamanca. Ciudadanos libres, revestidos de la sencilla dignidad que otorga el cumplimiento sin alharacas de los deberes morales y ciudadanos más básicos, testimonio insoslayable de que la sociedad española no sólo no sucumbe, sino que se alza con vigor y soltura frente a la sinrazón y al crimen. Los Peones negros seguimos sumando voluntades.
Ausencia de medios y sobriedad ciudadana. Sin que le afecte el manto de hastío y silencio tendido desde arriba sobre la Nación, la ciudadanía permanece fiel a sí misma, sabiéndose la única fuente originaria del sentido de lo comunitario, de lo político; aun cuando la mayor parte de las instituciones y la totalidad de los medios, como anteayer, pasen por alto el movimiento humilde y horizontal de los peones que, día tras día, vamos ocupando posiciones en el tablero de la vida pública española.
Paz, mucha paz, no de la que predican esos falsarios que entregan a cada instante aquello sobre lo que no está en su mano disponer, sino la paz de la conciencia plena y tranquila de quienes se saben coherentes consigo mismos, íntegros, leales a sus iguales y, sobre todo, leales a quienes han sufrido en carne propia toda esa barbarie, toda esa cobardía; leales a las víctimas del terrorismo.
A primeras horas de la noche, la lluvia, azotada por el viento, no sólo no velaba la luminosa realidad ciudadana, sino que por el contrario la realzaba. La inestabilidad del clima, envolviendo la serenidad y limpidez de las conciencias individuales, en efecto, lejos de empañar el acontecimiento, lo ponía de relieve: los Peones negros salmantinos, reunidos en torno al monumento a la Constitución española de 1978, sin otro objeto que el de interponer la libertad y la dignidad de sus personas entre, por un lado, la preeminencia de la ley y la dignidad de las víctimas y, por otro, la impunidad del crimen y la prolongación del terror.
Así fue como, en un ambiente de serena emoción y compromiso, se desarrolló este “11 de cada mes” en Salamanca, sobrio de principio a fin, por este orden: breve introducción con llamada de atención sobre la importancia de las próximas semanas, presentación de los Peones negros dirigida especialmente a las personas que se acercaban por primera vez, lectura del manifiesto, minuto de silencio y, finalmente, entrega de tarjetas de la iniciativa “Un ciudadano, una tarjeta, un peón”.
A la hora de escribir estas líneas ya se conoce la noticia de la rebaja de la pena del criminal sádico De Juana por parte del Supremo. Se trata de un jalón más de ignominia, a costa de nuestras libertades, en la historia de cobardía y sometimiento que unos cuantos protagonizan a ojos de todo el mundo desde hace ya demasiados años. Uno más, sí, pero con una diferencia absoluta: los disfraces, los disimulos, las intenciones sobrepuestas no cubren ya las vergüenzas de nadie, ante nadie. A día de hoy, todos sabemos dónde está cada cual, y los ciudadanos españoles, sencillamente, no vamos a permitir que se enajenen nuestros derechos. ¿Habrá aún quien se sorprenda de esto? Si lo hay, peor para él; mientras tanto, que almacene tila en su despensa. Seguro que va a hacerle falta.
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